Por Laura Cevallos
No me las doy de psicóloga ni psiquiatra, ni pretendo hacer diagnósticos sobre padecimientos mentales, pero es evidente que el residente de la Casa Blanca manifiesta de forma clara sus múltiples facetas personales, con las cuales intenta reconfigurar el mundo político, geográfico y económico, como si estuviera jugando Monopoly con un mapamundi como tablero.
Cuando “Donny Grump” llegó por primera vez, lo hizo prometiendo expulsar a todos los “indeseables” para cumplir sus planes de pureza racial, obviando los más de cuatrocientos años de inmigración, el intercambio de idiosincrasias y tradiciones, y todo el sufrimiento que los nativoamericanos padecieron con la llegada de los “descubridores de un nuevo mundo”, quienes les impusieron la carga de adaptarse a sus modos violentos y depredadores o, de lo contrario, extinguirse. Los empujaron a sobrevivir en reservaciones y les arrebataron sus idiomas, creencias, tierras y dioses. El mundo estaba aterrorizado al ver cómo se expandía su lista de exigencias, excepto Andrés Manuel, el presidente con una “política aldeana”, que lo venció con un ajedrez político delicado y eficaz. Las bravatas de Trump se redujeron a simples palabras, mientras AMLO lo sometía como a una bestia desbocada, hablándole «dejpajito».
El cuatrienio demócrata con Biden, como era de esperarse, no estuvo exento de baches y crisis. Porque, sin importar quién esté al mando, entre su doctrina expansionista y su racismo incomprensible, los vecinos de arriba siempre intentan aprovecharse de quien puedan. Sin embargo, AMLO lo capoteó con maestría, dejando el último tramo del gobierno en manos de una mujer con las enaguas bien puestas, que no se amilanó ante la nueva era trumpista. La renovada campaña de exigencias y muestras de hostilidad de Trump encontró eco en algunos “líderes” mundiales que repiten vicios que creíamos extintos.
Si alguien sugiriera que Trump, Netanyahu, Milei, Meloni y Zelensky son los protagonistas de un show de comedia, sus payasadas competirían por el premio a lo más irracional. Entre las ocurrencias de Donald están la expulsión de todos los migrantes, la prohibición de que nazcan bebés de padres mexicanos en “su” territorio, y la amenaza de encarcelar a quien hable español y perseguir a los bad men fuera de su territorio, pero no reconociendo que la podredumbre está dentro. Luego, repartir el mundo como en un juego de Monopoly: cambiando el nombre del Golfo de México, apropiándose de Canadá, México y Groenlandia. Y ahora, sugiere que todos los palestinos sean acogidos por Egipto o Jordania, porque allí estarían más felices, y de paso, aprovechar esa zona llena de escombros para hacer algo “bonito”: una “Riviera del Medio Oriente”, un club de yates y una exclusiva zona de veraneo para los ricos y poderosos del planeta. Todo esto, según él, se lograría con la colaboración de todos los países que acojan a los palestinos, sin considerar que ellos tengan derecho a decidir dónde vivir o si desean permanecer en su tierra.
El mundo, cada vez más, reacciona con menos simpatía a las payasadas megalómanas y autoritarias de alguien que cree que gobernar es como tirar los dados y mover fichas en un tablero, sin tener en cuenta los derechos humanos ni la historia de los pueblos.